¿¡¿Cómo puedo haberme arruinado?!? Yo, el mejor Broker del año, el que empezó con 200 Eurodolares y los convirtió en la mayor fortuna del sistema, directivo de uno de los mayores bancos de inversión del asentamiento Clein II, fundador honorífico de la bolsa Feud… arruinado.
Parecía una buena inversión, Union Tecnologica a 21 ed. la acción… Después de la absorción de Intel/Amd en el 34, fijamos el precio objetivo en 85 ed. Suponía cuatriplicar el valor por acción! Suficiente como para mover ficha.
El mundo había cambiado mucho.
Después del declive de la economia del 2020 -condicionado por la invasión de Europa por la confederación Creciente- lo que por aquel entonces se conocía como tal tuvo que emigrar al espacio. Más tarde, el 23 de Noviembre del 22, la antigua America se unió a este particular peregrinaje.
57 naves integraban la caravana europea, mientras que 78 eran Americanas. Naves obsoletas, ensambladas en tan solo 9 meses, con la sombra de la guerra acechando cada esquina. Solo 16 llegaron a destino, 4 eueropeas y 12 americanas. 29750 de almas dejaron atrás su pasado, su presente, y su futuro. Nosotros fuimos los afortunados.
Establecidos en Marte, creamos Clein I el 20 de Febrero de 2023, exactamente 259 días después de la partida. Con antiguos ordenadores que habían salvado en las naves, lograron crear una sociedad semejante a la que dejaron atrás. 5 meses tardon en llegar las primeras bombas de neutrinos. Solo unos pocos sobrevivieron. El avance tecnológico –solo existente en nuestra antigua tierra- nos salpicava cuando teníamos la oportunidad de examinar algún cohete sin detonar; detección sónica, sensores gamma, nanoelectrónica, aceleración iónica… términos hasta entonces desconocidos por nuestros ingenieros.
Fue gracias a estos desechos del espacio que logramos avanzar. Cada pequeño cohete –que apenas medía medio metro- albergaba un sinfín de avances de la que hasta entonces había sido la rama más investigada; la espacio-militar.
Desterrados a cuevas que nosotros mismos habíamos excavado en el suelo marciano, estudiábamos minuciosamente cada ración de conocimiento, con la esperanza de hallar en él algún modo de desaparecer, literalmente, de la faz del universo.
Después de años de recolectar materiales, con un planeta absorto en llamas originadas por los ataques terrícolas, nuestro científico más brillante, hasta la fecha desconocido por la mayor parte de la población marciana, logró descifrar el funcionamiento de la aceleración iónica. Este hecho nos descubrió una brecha de esperanza, un resquicio de ilusión. Precipitadamente diseñamos una nueva nave, con capacidad suficiente para todos los desterrados. Sólo 1 año hizo falta para pasar de los planos a la realidad. Ya estaba todo preparado para partir en busca de un nuevo horizonte cuando pasó.
Aquel día no cayó ninguna bomba. Silencio. Absoluto silencio. Habíamos perdido la cuenta del tiempo que llevábamos en Marte, habíamos construido refugios subterráneos, resistido a los ataques, a las enfermedades, a el hambre.. pero el silencio nos enmudeció. Y en ese instante de incomprensión, buscando con temor entre las rojas nubes marcianas el siguiente cohete para romper a correr, apareció. Una máquina. Con forma de pirámide, se adentro en la fina atmósfera marciana, giró 180º a la par que frenaba, para finalmente posarse a escasos quilómetros del asentamiento con la ligereza de una pluma. Incautos, nos acercamos. La cubierta exterior se desprendió del cuerpo, dejando a la vista un conglomerado de fibras, conductores de fluido y componentes que no reconocíamos. Y en la parte más alta, colgando con una curiosa elegancia, una lámpara de incandescencia. Nos miramos entre nosotros sin comprender que pintaba allí aquella pieza de museo. Y se encendió.
Tras largas horas de análisis visual comprendimos qué nos habían enviado; una fuente de energía -inagotable según nuestros científicos-. Era el mayor invento de la historia, al menos que nosotros supiésemos. Y los terrícolas habían decidido compartirlo con nosotros. Tal vez fue el acto más honorable de la civilización humana, tal vez una ofrenda en post de una declaración de paz, tal vez tan solo fue un alarde de su superioridad tecnológica o tal vez fue el peor movimiento estratégico de todos los tiempos. Fuese como fuera, cargamos el artilugio en la nave y huimos de allí. Unos –la mayoría- con la sensación de haber rechazado una oferta de paz, los otros –los más poderosos- con la sensación de haber ganado la guerra de la astucia, y con la nueva idea de reconquistar la antigua tierra con la tecnología ahora adquirida.
Mientras tanto, un operario terrícola –con cierto rostro de tristeza- disparaba el cohete que destruiría la nave de los exiliados mientras en voz baja proclamaba: -El ser humano jamás cambiará.
AriStoY
Parecía una buena inversión, Union Tecnologica a 21 ed. la acción… Después de la absorción de Intel/Amd en el 34, fijamos el precio objetivo en 85 ed. Suponía cuatriplicar el valor por acción! Suficiente como para mover ficha.
El mundo había cambiado mucho.
Después del declive de la economia del 2020 -condicionado por la invasión de Europa por la confederación Creciente- lo que por aquel entonces se conocía como tal tuvo que emigrar al espacio. Más tarde, el 23 de Noviembre del 22, la antigua America se unió a este particular peregrinaje.
57 naves integraban la caravana europea, mientras que 78 eran Americanas. Naves obsoletas, ensambladas en tan solo 9 meses, con la sombra de la guerra acechando cada esquina. Solo 16 llegaron a destino, 4 eueropeas y 12 americanas. 29750 de almas dejaron atrás su pasado, su presente, y su futuro. Nosotros fuimos los afortunados.
Establecidos en Marte, creamos Clein I el 20 de Febrero de 2023, exactamente 259 días después de la partida. Con antiguos ordenadores que habían salvado en las naves, lograron crear una sociedad semejante a la que dejaron atrás. 5 meses tardon en llegar las primeras bombas de neutrinos. Solo unos pocos sobrevivieron. El avance tecnológico –solo existente en nuestra antigua tierra- nos salpicava cuando teníamos la oportunidad de examinar algún cohete sin detonar; detección sónica, sensores gamma, nanoelectrónica, aceleración iónica… términos hasta entonces desconocidos por nuestros ingenieros.
Fue gracias a estos desechos del espacio que logramos avanzar. Cada pequeño cohete –que apenas medía medio metro- albergaba un sinfín de avances de la que hasta entonces había sido la rama más investigada; la espacio-militar.
Desterrados a cuevas que nosotros mismos habíamos excavado en el suelo marciano, estudiábamos minuciosamente cada ración de conocimiento, con la esperanza de hallar en él algún modo de desaparecer, literalmente, de la faz del universo.
Después de años de recolectar materiales, con un planeta absorto en llamas originadas por los ataques terrícolas, nuestro científico más brillante, hasta la fecha desconocido por la mayor parte de la población marciana, logró descifrar el funcionamiento de la aceleración iónica. Este hecho nos descubrió una brecha de esperanza, un resquicio de ilusión. Precipitadamente diseñamos una nueva nave, con capacidad suficiente para todos los desterrados. Sólo 1 año hizo falta para pasar de los planos a la realidad. Ya estaba todo preparado para partir en busca de un nuevo horizonte cuando pasó.
Aquel día no cayó ninguna bomba. Silencio. Absoluto silencio. Habíamos perdido la cuenta del tiempo que llevábamos en Marte, habíamos construido refugios subterráneos, resistido a los ataques, a las enfermedades, a el hambre.. pero el silencio nos enmudeció. Y en ese instante de incomprensión, buscando con temor entre las rojas nubes marcianas el siguiente cohete para romper a correr, apareció. Una máquina. Con forma de pirámide, se adentro en la fina atmósfera marciana, giró 180º a la par que frenaba, para finalmente posarse a escasos quilómetros del asentamiento con la ligereza de una pluma. Incautos, nos acercamos. La cubierta exterior se desprendió del cuerpo, dejando a la vista un conglomerado de fibras, conductores de fluido y componentes que no reconocíamos. Y en la parte más alta, colgando con una curiosa elegancia, una lámpara de incandescencia. Nos miramos entre nosotros sin comprender que pintaba allí aquella pieza de museo. Y se encendió.
Tras largas horas de análisis visual comprendimos qué nos habían enviado; una fuente de energía -inagotable según nuestros científicos-. Era el mayor invento de la historia, al menos que nosotros supiésemos. Y los terrícolas habían decidido compartirlo con nosotros. Tal vez fue el acto más honorable de la civilización humana, tal vez una ofrenda en post de una declaración de paz, tal vez tan solo fue un alarde de su superioridad tecnológica o tal vez fue el peor movimiento estratégico de todos los tiempos. Fuese como fuera, cargamos el artilugio en la nave y huimos de allí. Unos –la mayoría- con la sensación de haber rechazado una oferta de paz, los otros –los más poderosos- con la sensación de haber ganado la guerra de la astucia, y con la nueva idea de reconquistar la antigua tierra con la tecnología ahora adquirida.
Mientras tanto, un operario terrícola –con cierto rostro de tristeza- disparaba el cohete que destruiría la nave de los exiliados mientras en voz baja proclamaba: -El ser humano jamás cambiará.
AriStoY
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